Hace ciento
ocho años, el 27 de octubre de 1914,
nació en la pequeña ciudad de Swansea, en el país de Gales, uno de los poetas
más importantes del Reino Unido, Dylan Thomas
En uno de
los más recordados versos de este increíble poeta galés, “Rabia, rabia contra la muerte de la luz”, dedicado a la muerte de
su padre, (que fallecería años después, tras una larga enfermedad), el poeta nos
inicia en la emoción más allá de la oscura noche que nos espera a todos al
final del camino. ¿nos rendiremos ante esa oscuridad devoradora sin luchar, sin
batallar una vez más?. La voz del poeta resuena en cualquiera que busca sentido
a la pérdida.
Cuenta la
leyenda (tal vez cierta o tal vez metáfora de melancolía) que Dylan Thomas,
borracho, regaló un ejemplar de su obra y se tiró a las vías de un tren. Sea
como sea, Thomas se internó en esa buena noche, pero es probable que no lo haya
hecho dócilmente.
Rabia, rabia contra la muerte de la luz
No entres dócilmente en esa noche
quieta.
La vejez debería delirar y arder
cuando se cierra el día;
Rabia, rabia, contra la muerte de la
luz.
Aunque los sabios al morir entiendan
que la tiniebla es justa,
porque sus palabras no ensartaron
relámpagos
no entran dócilmente en esa noche
quieta.
Los buenos, que tras la última
inquietud lloran por ese brillo
con que sus actos frágiles pudieron
danzar en una bahía verde
rabian, rabian contra la muerte de
la luz.
Los locos que atraparon y cantaron
al sol en su carrera
y aprenden, ya muy tarde, que
llenaron de pena su camino
no entran dócilmente en esa noche
quieta.
Los solemnes, cercanos a la muerte,
que ven con mirada deslumbrante
cuánto los ojos ciegos pudieron alegrarse
y arder como meteoros
rabian, rabian contra la muerte de
la luz.
Y tú mi padre, allí, en tu triste
apogeo
maldice, bendice, que yo ahora
imploro con la vehemencia de tus lágrimas.
No entres dócilmente en esa noche
quieta.
Rabia, rabia contra la muerte de la
luz.
Nadie que haya perdido a un ser
querido puede mostrarse indiferente ante la fuerza poética de este estremecedor
poema.
En este sentido en Duelo y
Melancolía, Freud distingue entre el duelo propiamente tal, que significa la
pérdida que finalmente es aceptada como una parte de la vida, y la melancolía,
como un duelo que no se resuelve y que permanece inmanente en el tiempo, es
decir, que el tiempo no pasa frente a esta pérdida.
Eric Laurent, en “Un afecto nuevo”,
invita a considerar: “La experiencia de un Psicoanálisis no debe conducirnos a
vivirnos como máquinas sino a descubrir en eso un relámpago, que hay otro modo
de goce que la tristeza. Habitar el mundo, vivir, es poder vivir con la
experiencia de la pérdida, habitar un mundo tal que él pueda incluir este dolor
allí. No deshacerse u olvidarlo sino verdaderamente habitar el lenguaje.
Proponernos no solamente un significante nuevo sino una relación nueva al significante
en tanto que él introduce un nuevo afecto. “Es el afecto de lo que puede
percibirse en el relámpago. Es en efecto percibir por un lado la
multiciplicidad, la regla que pone cada significante en su lugar; y también por
otro lado, la cosa que está entre cada significante.”
Habitar el lenguaje… que mejor
ejemplo que a través de un poema que reinstala la necesidad de rehuir al goce
de la tristeza, antes de que sea demasiado tarde y la muerte devore,
finalmente, cualquier oportunidad de haber realizado un goce diferente…para no
rabiar, ya, en el final, ante la muerte de la luz.
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