Mundo Psi

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miércoles, 30 de octubre de 2013

DUELO, MELANCOLIA Y DEPRESION: UNA PERSPECTIVA PSICOANALÍTICA



En la sombra, lejos de la luz del día, la melancolía suspira sobre la cama triste, el dolor a su lado, y la migraña en su cabeza. 

 Alexander Pope 


"La melancolía no es sino un recuerdo que se ignora."

 Gustave Flaubert



"Siempre la melancolía fue pariente de la muerte".

Miguel de Cervantes Saavedra


"Todo lo que estimula nuestra vida, trayéndonos calor, frío, tristezas, es breve y es saludable. ¡Sopórtalo, entonces, como lo hace el sabio!


Mahabharata



PSICOANALISIS Y DEPRESIÓN

La aproximación psicoanalítica a la depresión es muy diferente a la de otras terapias, pues más que entenderla como un conjunto de síntomas producto de una falta de serotonina por ejemplo, entiende que es el resultado de una historia más compleja, en la que se involucran experiencias de separación y pérdida, incluso aunque no seamos conscientes de ellas.
Desde que nacemos y a lo largo de nuestra vida, atravesamos múltiples separaciones, Éstas pueden implicar por una parte pérdidas objetales y también el impulso hacia el desarrollo individual. El duelo es un proceso inevitable y al mismo tiempo indispensable para el desarrollo del psiquismo de todo ser humano. Freud usa la expresión "trabajo de duelo" y esta expresión nos recuerda otra que es "trabajo del sueño", que supone la transformación de un pensamiento o deseo en un sueño manifiesto; de igual forma, el trabajo del duelo supone, no sólo los pensamientos sobre lo que se ha perdido, sino lo que hacemos con ellos, cómo se organizan, cómo se elaboran, cómo se accede a ellos, para que ese duelo pueda ser inscrito y registrado en nuestra vida mental.
El trabajo sobre la depresión amerita  un recorrido por diferentes experiencias de pérdida y separación en niños, adolescentes y adultos. Hablamos de cómo se constituye el psiquismo infantil, de síntomas que enmascaran el dolor psíquico, de duelos necesarios, de duelos no elaborados o no resueltos, y veremos como a través de una escucha psicoanalítica podemos entender y ayudar a ese paciente, en el proceso de construcción de sí mismo.
Freud (1917) considera que las tres premisas de la melancolía son la pérdida del objeto, la ambivalencia y la regresión de la libido al yo - "la sombra del objeto cae sobre el yo" -. En otras palabras, tienen que ver con la pérdida del objeto amoroso y sus vicisitudes. El niño que se enfrenta reiteradamente a sus necesidades y afectos insatisfechos, se angustia y teme su muerte, se vuelve indigente de amor, y su yo queda empobrecido por efecto del amor frustrado, de su depresión y del agotamiento de sus neurotransmisores y sistemas adaptativos. Esto es lo mismo que revive el adulto depresivo. Considero que las ansiedades paranoides y depresivas ante las pérdidas y necesidades amorosas insatisfechas - por una combinación variable, y a veces directamente proporcional, de requerimientos constitucionales excesivos y frustraciones innecesarias - así como los mecanismos de defensa correlacionados con estas, conducen a una tensión más o menos permanente que genera un estado de desesperanza y agotamiento, tanto psíquico como fisiológico. Estudios españoles con 17 pacientes depresivos, encontraron que la ansiedad y la depresión aumentaban de intensidad en forma paralela al ser medidas con las Escalas de Hamilton, aunque según el test de Rorschach los más severamente deprimidos presentaban menos elementos de ansiedad. Ante el stress se reactivan las experiencias traumáticas anteriores, los duelos, así como los peligros temidos en el pasado, sirviendo la ansiedad como señal, pero cuando el proceso es muy intenso y sostenido la angustia deja de servir como alarma. Como si existiese un umbral a partir del cual la depresión toma primacía en el cuadro y la ansiedad comienza a disminuir, aunque sin desaparecer - "el yo se abandona a la muerte" -. Otra alternativa podría ser que la ansiedad también continúe aumentando, pero sea percibida como aniquilación. Esto es, como señalaba Bleger (1983), que cuando el nivel de desorganización es muy intenso, la ansiedad deja de funcionar como señal de alarma y por encima de este umbral la desorganización subsiste y con ella la tensión y la ansiedad.
Freud, estudiando las neurosis actuales, planteó su primera teoría de la angustia, según la cual era la represión la que producía la angustia. Pensaba que la excitación acumulada se transformaba en angustia, por lo tanto se trataba de una angustia del Ello. En 1926 plantea su segunda teoría de la angustia: ya no es la represión la que crea la angustia, sino la angustia la que crea la represión. Ya no es una angustia del ello, sino una angustia del yo. Sin embargo, en el caso de la neurosis traumática, "es quebrada la protección contra los estímulos exteriores y en el aparato anímico ingresan ingentes volúmenes de excitación" (angustia automática). Distingue entre la angustia como reacción directa y automática frente al trauma, que es una vivencia de desvalimiento del yo frente a una acumulación de excitación, sea de origen externo o interno, que aquel no puede tramitar (de hecho, así definió desde un principio lo que es un trauma).
En cambio, la angustia señal es la respuesta del yo a la amenaza del trauma pero comparte con la anterior el implicar la separación o pérdida de un objeto amado o la pérdida de su amor. Ambas conducen a una situación de desvalimiento ante la insatisfacción y el aumento de la tensión de necesidad, que originalmente es la ausencia de la madre. Cuando H. Rosenfeld (1959) hizo su revisión sobre los aportes de distintos autores a la psicopatología de la depresión, encontró que una serie de rasgos característicos se repetían. Casi todos coincidían en la importancia de los factores constitucionales y biológicos; en la importancia de la agresión, del incremento de la ambivalencia y del instinto de muerte y la envidia; en la importancia de la oralidad y su relación con la introyección e identificación; del narcisismo y de la severidad del superyó, etc.. Después, J. Wisdom (1962) realizó un estudio sobre las teorías psicoanalíticas de la depresión en el que observó que clásicamente la melancolía era la reacción a la herida narcisística, mientras posteriormente se ha considerado producto de las dificultades en tramitar las ansiedades esquizoparanoides y depresivas y, por tanto, elaborar adecuadamente la posición depresiva. Considera que, apartando la hipótesis de la reparación, en la teoría de la posición depresiva no hay nada que no concuerde con la teoría clásica. Lo que añade Klein es que cuando no se tolera la ambivalencia, no se siente la culpa ni se logra la reparación; se fracasa en elaborar la posición depresiva reinstalándose la posición esquizo-paranoide. Muchos han descrito la interrelación entre estos factores constitucionales y los mecanismos de defensa utilizados, con la respuesta de la madre (reverie, holding) ante estos.
El yo del bebé se tiene que enfrentar desde un comienzo al instinto de muerte y a la ansiedad que le produce la realidad externa. La ansiedad, según Klein (1952), proviene de la percepción del instinto de muerte -miedo al aniquilamiento-, del temor a la retaliación del objeto por las agresiones al mismo y por la intensificación de los sentimientos persecutorios debidos a las experiencias penosas externas, como el dolor y la frustración. Por otra parte, a la envidia se la puede considerar la primera externalización directa del instinto de muerte, ya que ataca a la fuente de vida. Si la envidia es muy intensa, interfiere con el funcionamiento normal de los mecanismos esquizoides. Para Klein, en la posición esquizo-paranoide, la ansiedad predominante es paranoide, se teme que el yo sea aniquilado. En cambio, en la posición depresiva la ansiedad predominante parte de la ambivalencia y del temor de haber destruido o llegar a destruir al objeto. Por ello surgen el duelo, la culpa y el deseo de repararlo. Generalmente estos dos tipos de ansiedades se entremezclan. Dos características de las depresiones: tristeza e inhibición, acompañadas por desgano, abatimiento, aislamiento, desesperanza, dolor, decepción, autocrítica. Desde el psicoanálisis, podemos ubicarla en relación con el yo y sus vasallajes: mundo exterior; ello; superyó.
Lacan sostiene que mal se califica a la tristeza de depresión cuando la tristeza es una “cobardía moral”, traición a sí mismo, por no reconocerse en el inconciente. Tristeza, consecuencia de no-querer-saber, del horror a la verdad. El despoblamiento simbólico, efecto de un real insoportable -frente al que el sujeto no puede responder ni con la seguridad fantasmática ni con un síntoma, lleva a la tristeza y a su efecto de goce superyoico, que afecta al narcisismo y al goce fálico del sujeto.
Lejos de la dialéctica del deseo o los avatares de la demanda de amor, la depresión está inscripta en la dimensión de un goce no articulado a la castración. No ubicamos a la depresión como un “trastorno del estado de ánimo”, ni como un “episodio afectivo”, sino que volvemos a incluir al sujeto del inconciente, al significante, tanto como a la sexualidad y al goce como las dos dimensiones a tomar en cuenta en toda depresión neurótica.

Desde el campo de la psiquiatría, a mitad del siglo XX, Henry Ey concibió a la melancolía como “desestructuración ético temporal”. Enfermedad del tiempo que convierte al sujeto incapaz de proyectarse en el futuro. Y ética porque señala el transtorno de la relación del sujeto con el acto (inhibición).
 La depresión es un conjunto de afectos del sujeto: tristeza, inhibición, abatimiento, desgano, crisis de llanto, angustia, frustración, aislamiento, dolor, desesperanza, decepción, desamor. Los afectos están presentes y tienen un lugar destacado en la vivencia del sujeto. Un psicoanálisis no comienza sin afecto: el sufrimiento que afecta, el dolor, el “no va más”, un imposible de soportar, lo real.
Cada ser parlante está afectado de una manera particular; para cada uno hay un estilo de afección particular a su captación en la estructura.

El Psicoanálisis: invita a aquello que afecta a un sujeto a pasar a la palabra, no a la mostración ni al acto. Pero el Psicoanálisis tampoco es sólo una mera confesión de lo que la persona ya sabe o cree saber. Apunta a la verdad. El Psicoanálisis interroga a la verdad como saber (inconsciente), no sólo como afecto vivido, para que surjan los significantes que presenten su relación a la verdad inconsciente. De los afectos, al sufrimiento, a la queja y al síntoma analítico.
Los afectos están subordinados desde este enfoque a la verdad, tal como Jacques Lacan sostenía: “Lo que yo enseño es que el inconsciente está condicionado por el lenguaje, y eso sitúa los afectos”.
Respecto de la depresión, cabe notar que para el Psicoanálisis son dos los signos que están presentes en el momento depresivo: la tristeza y la inhibición; esta perspectiva recupera la de la Psiquiatría clásica, no la actual del DSM, para la que también la inhibición y la tristeza, o dolor moral, eran los signos de depresión.

En “Inhibición, síntoma y angustia”, Freud plantea a la inhibición -frecuente signo de los estados depresivos- como una “renuncia” a  cierta función, porque a raíz de su ejercicio se desarrollaría angustia. Renuncia que lleva a una “limitación funcional del yo”. Invita a comprender la inhibición general que es característica de los estados depresivos por la vía de esa renuncia yoica.
Se ubica entonces la depresión en relación a lo que define Freud como los vasallajes del yo, en el texto de “El yo y el ello”; que el yo es siervo de tres amos: mundo exterior: naturaleza, cuerpo propio, relaciones sociales; ello: fijaciones del ello y viscosidad de la libido; superyó: necesidad de castigo, satisfacciones masoquistas y sádicas.
Esto muestra al sujeto, afectado, sufriendo los embates de lo real, bajo sus diferentes rostros: el mundo exterior, las fijaciones del ello, las satisfacciones superyoicas, a lo que podríamos agregar el deseo del Otro. Se podría ver en cada uno de esos rostros de lo real un factor provocador del sufrimiento depresivo.
Respecto del superyó, el goce retorna inesperadamente en la depresión, después del sacrificio de goce impuesto por el superyó y aceptado por el yo. Al sujeto, en la tristeza, le falta el bien-decir, aquel decir tal que le permita reconocerse en su inconciente, en la estructura: reconocer que allí donde se renuncia al goce, se es alcanzado de todos modos por un goce más allá del bienestar, como es el goce de la inhibición, de la tristeza, de la depresión. Es el goce que Freud llamó “ganancia de la enfermedad”, su beneficio de goce, o la ubicación masoquista en el fantasma, con satisfacción pulsional.

Entonces, en las neurosis se podrían tomar dos planos que se articulan pero que conviene distinguir: el plano del significante y el plano del goce. O dicho de otro modo: el plano del Otro y el plano del objeto a y del goce superyoico.
El malestar en la cultura, evidentemente, se expresa en la “depresión” moderna, depresión a la que la ciencia biológica y sus aplicaciones médicas y comerciales resaltan como fenómeno central del que ocuparse, sin incluir la dimensión del inconciente y la sexualidad.

 La depresión es el resultado de un despoblamiento simbólico. Es el campo del Otro lo que está en causa en lo que Freud llama un desinvestimiento del mundo exterior.
En la neurosis: la depresión interesa al registro imaginario y a la urgencia del goce fálico.
La separación -violenta- del significante del Ideal, encarnado en algo o alguien, y el objeto (a), esa dimensión insoportable del objeto, que era cubierto hasta ese momento por el brillo fálico con todo su caudal narcisista, es el detonante de la respuesta del sujeto, que queda sumergido en la falta de respuesta simbólica que implica la depresión.
Lejos de la dialéctica del deseo o los avatares de la demanda de amor, la depresión está inscripta en la dimensión de un goce no articulado a la castración.

Eric Laurent, en “Un afecto nuevo”, invita a considerar: “La experiencia de un Psicoanálisis no debe conducirnos a vivirnos como máquinas sino a descubrir en eso un relámpago, que hay otro modo de goce que la tristeza. Habitar el mundo, vivir, es poder vivir con la experiencia de la pérdida, habitar un mundo tal que él pueda incluir este dolor allí. No deshacerse u olvidarlo sino verdaderamente habitar el lenguaje. Proponernos no solamente un significante nuevo sino una relación nueva al significante en tanto que él introduce un nuevo afecto. “Es el afecto de lo que puede percibirse en el relámpago. Es en efecto percibir por un lado la multiciplicidad, la regla que pone cada significante en su lugar; y también por otro lado, la cosa que está entre cada significante.”




Bibliografía:


La depresión, una lectura desde el psicoanálisis Bertholet, Roberto. Memorias: IV Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional e Psicología. XIX Jornadas  de Investigación VIII Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR 27 al 30 de noviembre de 2012. UBA. Ediciones de la Facultad de Psicología - Universidad de Buenos Aires.
Freud, S.; “El problema económico del masoquismo”, tomo XIX, Amorrortu
Editores, 1989.

Freud, S.; “Inhibición, síntoma y angustia”, tomo XX, Amorrortu Editores,
1989.

Freud, S.; “El malestar en la cultura”, tomo XXI, Amorrortu Editores, 1990.
Lacan, J.; Seminario “El atolondradicho”, en Escansión 1, 1984, Editorial
Paidós.

Lacan, J.; Seminario “Aún”; Editorial Paidós.

Lacan, J.; Seminario “El sinthome”, Editorial Paidós, 2006.

Lacan, J.; Seminario “RSI”, inédito.

Lacan, J.; “Radiofonía y Televisión”, Editorial Anagrama, 1993.

Jackson, S. W.; “Historia de la melancolía y la depresión desde los tiempos hipocráticos a la época moderna”, Editorial Turner, 1989

Ey, H.; “Tratado de Psiquiatría”, Editorial Toray Masson, 1974

Asociación de Psiquiatría Americana; “DSM IV”, Editorial Masson, 199

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