Una nota que recorto del interesantísimo trabajo de Jesús González Requena de la Universidad Complutense de Madrid (www.gonzalezrequena.com)
De hecho, la atmósfera de
Shangri-la (la metáfora del paraíso perdido en la novela Horizontes Perdidos de
James Hilton) y el modo en el que el personaje se desliza en ella está muy
cerca del sentimiento oceánico como núcleo de la experiencia religiosa por el
que otro célebre novelista de esa misma época de entreguerras, Romain Rolland,
tan fascinado por el budismo como el propio James Hilton, preguntara a Sigmund
Freud y al que este respondiera en el comienzo de El malestar en la cultura.
«Yo le envié mi opúsculo que trata a la religión como una ilusión, y él
respondió que compartía en un todo mi juicio acerca de la religión, pero
lamentaba que yo no hubiera apreciado la fuente genuina de la religiosidad. Es
-me decía- un sentimiento particular, que a él mismo no suele abandonarlo
nunca, que le ha sido confirmado por muchos otros y se cree autorizado a
suponerlo en millones de seres humanos. Un sentimiento que preferiría llamar
sensación de «eternidad»; un sentimiento como de algo sin límites, sin
barreras, por así decir «oceánico» (...) un sentimiento de la atadura
indisoluble, de la copertenencia con el todo del mundo exterior.»
[Sigmund Freud (1930) El malestar en la cultura]
En tiempos de guerra y rumores de
guerra, cuando aúlla el lobo del hombre de Hobbs, recordemos que nunca estamos
solos. Rescatemos lo mejor de nuestra naturaleza, aun cuando nada parece
mejorar. En tiempos de ferocidades y soledades, de desconfianzas y
desesperanza, la dulzura en los lazos marca diferencia. No estás solo, de
ninguna manera, sino pregúntale a tu alma verdadera.
Intentemos poner luz en la
oscuridad, mirar a los que están a nuestro lado, ahogar el egoísmo y el temor,
creer, sin ninguna evidencia posible, que el amor, la fe y la responsabilidad
pueden cambiar el mundo. Es lo que le debemos a nuestra alma para nosotros y
para con el resto, ya que la vida sigue siendo una lección permanente a
aprender.
El amor dice el salmista es
poderoso como la muerte, pero nos revela que aún estamos vivos. No hay gesto más
poderoso que la mano tendida al caído. Una demostración de amor a un
desconocido puede cambiar su alma para siempre. No olvidemos a los que amamos,
pero sobre todo a los que no amamos, ellos necesitan más de nuestro amor.
Si cada uno de nosotros se
compromete primero con lo más elevado y eterno dentro nuestro y luego con el
mundo en cada gesto, en cada pensamiento y en cada acción, el mal no tendrá
poder alguno, porque de verdad no estamos nunca solos. Huestes de gracia nos
acompañaran cada día de esta vida.
Usemos nuestro conocimiento,
nuestra fe y nuestro amor para cambiar, aunque sea un poco este mundo en el que
vivimos incluso cuando nada parezca tener sentido. La vida es una tarea, y la
tarea, quizás, es crear sentido, para nosotros y a través de nosotros para el
mundo.
Les dejo, sean religiosos o no, una
hermosa y sencilla plegaria para reflexionar en los momentos de duda y zozobra.
Donde mis pies pueden Fallar
Tu voz me llama a las aguas
Donde mis pies pueden fallar
Y allí te encuentro en lo incierto
Caminaré sobre el mar.
Tu mano Dios me guiará
Cuando hay temor en mi camino
Tú eres fiel y no cambiarás.
Más allá de las barreras
A dónde tú me llames
Tú me llevas más allá de lo soñado
Donde puedo estar confiado
Al estar en tu presencia.
A tu nombre clamaré
En ti mis ojos fijaré
Descansaré en tu poder
Pues tuyo soy
Hasta el final
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